La Playa del Silencio es una de la dos playas escondidas de las que les hablaré hoy.
Cuando era pequeño, siempre que alguien me preguntaba si prefería la
playa o la montaña respondía con la segunda opción. En mi mente, playa
era sinónimo de las multitudes abarrotándose en verano. Sin embargo, en
invierno las playas sufren -o tal vez sería más apropiado decir
disfrutan- de una metamorfosis que las hace sumamente atractivas. La playa en invierno sí que me gusta, y mucho.
Ayer llegué a Asturias, donde voy a pasar unos días disfrutando de paisajes muy
variados. Por la tarde estuve paseando por la costa, especialmente por un lugar con un nombre
que difícilmente podría ser más evocador: la Playa del Silencio.
Es
extraño hablar de silencio cuando estamos en el Cantábrico, un mar bravo por ser el extremo meridional del Atlántico Norte, un entorno donde es fácil
presenciar el espectaculo de las olas rompiendo contra las rocas. Pero
hay que tener en cuenta que esto es posible gracias a la morfología de
esta playa, que queda cerrada en sus extremos por peñascos, que son como
paréntesis que permiten al visitante afortunado hacer eso mismo en su
viaje, o al vecino abstraerse de su rutina.
Cuando se camina por la Playa del Silencio el nombre deja de ser apropiado.
Pese a ser bastante
conocida, esta playa sigue siendo solitaria por no tener acceso rodado
(se llega caminando desde el pueblo de Castañeras) y ser de canto rodado. Estéticamente es de las playas que más
me han gustado del litoral asturiano.
Justo antes de anochecer he tenido tiempo de visitar otra playa, más
solitaria todavía y mucho menos conocida: es la playa de Oleiros, justo al este del pueblo de Salamir.
Para llegar hay que dejar el coche en la carretera y
caminar unos 15 minutos por el interior de un bosque de pinos. Finalmente hay que
bajar unas escaleras que nos permiten salvar el acantilado. Esta pequeña
dificultad de acceso lejos de ser un inconveniente es lo que la ha
mantenido a salvo de las multitudes, incluso en verano.
De esta playa me ha
gustado especialmente el hecho de que cuenta con un riachuelo que la
corta en dos.
El camino por el que se accede a la Playa de Oleiros. Un secreto del que disfrutan sus vecinos.
La de Oleiros es una de las playas más escondidas del litoral asturiano.
Yo me quedaría con estas dos, pero entiendo que hay gente que le gusta
tener cerca la civilización. Para esos casos existen playas como la de
San Pedro de la Ribera, que cuenta con un camping homónimo. Además es de
arena y dispone de un pequeño campo de hierba para quien lo prefiera.
A
pocos kilómetros, la cercana playa de la Concha de Artedo, es otra
opción civilizada que dispone de un hotel-restaurante (el Mariño).
Restaurante, por cierto, en el que ofrecen unos lenguados de roca a la plancha
de casi 60cm que son un motivo de visita en si mismos. Yo por poco no
dejo ni la espina.
Aquellos de ustedes que me conocen tal vez se preguntarán si he hecho alguna foto de los cielos estrellados. La respuesta es afirmativa. Pese a que la noche comenzó lloviendo, al final he podido aprovechar la última hora. He conseguido alguna cosa interesante. En los próximos días lo publicaré.
Prosigo mi viaje. En unos minutos cambio la playa por la montaña. Les mantendré informados.