Si a las 4 de la madrugada visitáramos la plaza Djemaa el-Fna, vacía de público, diríamos que lo único particular es su enorme extensión. No encontramos una arquitectura interesante e incluso podríamos decir que es fea. Pero si la vemos a cualquier otra hora nos costará creer que estamos en el mismo lugar.
Encantadores de serpientes, contadores de cuentos, danzantes, dentistas, vendedores de zumos, acróbatas, escritores de cartas, aguadores y los miles de personas que pasan cada día de camino, crean un ambiente de exuberancia vital impresionante.

Las terrazas del perímetro son verdaderos miradores de esa vida. Los intangibles, esas cosas que siempre decimos que son gratis y que son lo mejor de la vida, allí son tan abundantes que casi parece que se pudiera vivir una vida entera sin salir de la plaza.
Como saben, un hombre de mucha fe y cultura de la muerte, perpetró ayer un atentado contra esa vida. Aunque la fuerza del pueblo marroquí hará volver la normalidad al lugar muy temprano, la tragedia representa -lo mismo que en Túnez y otros lugares del mundo árabe-, un duro golpe para unas personas para las que el turismo es una ayuda económica muy importante.
Esperamos que los viajeros que de vez en cuando pasan unas vacaciones en el extranjero, sean capaces de no sacar las cosas de madre. Al fin y al cabo aquí también explotan bombas a veces.



