Tres días en La Gomera

Uno de los roques de fonolito(*) de la Gomera

"Frente al Atlas están las Fortunae Insulae, cuya tierra produce una cantidad tan abundante de frutos que renacen y se suceden incesantemente, hasta el punto de que sus habitantes viven sin inquietud días más dichosos que los habitantes de cualquier tierra cuidadosamente cultivada."

Así describía el geógrafo romano Pomponius Mela las Islas Canarias en el siglo I d. C. Y yo, en mi periplo por la parte occidental del archipiélago, al que había llegado con la excusa del congreso de fotografía Fotonature, también estaba disfrutando de días dichosos vividos sin inquietud. Eso era especialmente cierto tras haber conseguido fotografiar los cielos estrellados de La Palma (y también la isla de día) y encontrarme ya en La Gomera, donde la abundancia de cielos nublados y la alta humedad hacían que ni me planteara la posibilidad de observar las maravillas del Cosmos.

En realidad esto era un descanso. Había pasado una semana entera durmiendo una o dos horas diarias. No exagero. Está claro que fue por esa falta de sueño que en el ferry, cuando iba a La Gomera, me quedé dormido tan profundamente -casi diría que me quedé inconsciente!- que no me di cuenta de la llegada al puerto y el barco se fue a Tenerife y luego volvió de nuevo a La Gomera. Así pues, hice un crucero por el archipiélago sin darme cuenta. Por suerte, la amable tripulación del barco no me cobró los dos viajes extra!


Pero aún sin estrellas, en La Gomera pasé unos días fabulosos. Como aficionado que soy a la Geología disfruté de las curiosas formaciones de la isla, que tal vez les detalle en una entrada a parte. Estas crean un interesante relieve, que a dado lugar a no menos curiosos métodos de sortearlos por parte de los habitantes locales. Especialmente de aquellos que habitan las zonas rurales.


Aunque la temperatura fuera más bien elevada en la costa, en el interior de la isla las cosas eran muy distintas. La exuberancia de la laurisilva del Parque Nacional Garajonay crea un microclima de tremenda humedad siempre a la sombra, que junto con una altitud cercana a los 1500 metros y una brisa casi constante -al menos cuando yo estuve allí- daban una sensación térmica bastante fría.

Aquí me tienen en uno de los numerosos senderos que atraviesan la laurisilva

Así que, al contrario de lo que hacía en La Palma, por la noche acostumbraba a bajar a la costa. Allí se concentran la mayoría de los pueblos.

Los Homo sapiens que habitan la isla tienden a concentrase en la costa.

No pudiendo disfrutar de la astronomía, añadí una "g" a mi pasión. Pero en lugar de los abundantes frutos que nos cuenta Pomponius, me dediqué a degustar bocadillos de lomo con pimientos además de cocinar alguna cosa en mi hornillo ultraligero.

Tras un par de días tomé el ferry a Tenerife. Aunque esta vez corría menos peligro de quedarme dormido, me puse el despertador para evitar sustos. Tal vez debido a mi falta de expectativas, en Tenerife me llevaría una agradable sorpresa. Pero eso se lo contaré en otra ocasión.

(*) a ver si alguno de ustedes adivina el porqué de ese nombre fonolito.