Hoy se cumplen cuatro años del inicio de mi primer gran viaje. Acababa de dejar el doctorado a medias y me iba a sudamérica sin billete de regreso.
Me acompañaba mi hermano M, que decidió, a su vez, hacer su primer gran viaje al haberse licenciado en química. Durante los cuatro meses que viajamos juntos lo pasamos en grande y tengo que reconocer que casi no saqué fotografías. Fue al final, cuando él se marchó, que yo me quedé tres meses más para hacer reportajes de algunas cosas que habíamos encontrado en la primera parte del viaje.

Los menonitas de Bolivia. Mi mejor y más dificil reportaje.
Al final regresé a Barcelona, me hice una página web y empecé a enviar mensajes y pedir citas a todo editor cuyo contacto conseguía. Fue entonces cuando me di el porrazo con la realidad. La mayoría de ellos ni se dignaba a responder mis correos o, cuando llamaba o les visitaba en persona, me daba cuenta que ni siquiera habían mirado las fotos.

Del reportaje sobre uno de los últimos buscadores de oro de Tierra del Fuego
Pasó el tiempo y fui encontrando editores que hacían bien su trabajo, en gran parte gracias a los innumerables consejos del siempre generoso Tino Soriano. Medio año más tarde, en abril de 2007, por fin publiqué mi primer reportaje. Fue gracias a la confianza de Oriol Pugés de Rutas del Mundo. Fue un pequeño resumen de cuatro páginas de la historia de una familia Amish en la selva.
Grandes editores, como Pepe Baeza del Magazine de La Vanguardia, generosamente revisarían mi trabajo, y Alejandro Yofre de El Periódico -que ahora debe estar disfrutando de su retiro paseando entre sus olivos del Empordà- me publicó un reportaje de la Patagonia y fue el primero en publicarme los menonitas en España.

Noche solitaria en el Altiplano
Luego llegaría la National Geographic con Gail Fisher (la ilusión que me hizo...), El País Semanal con Elena Ayala, Altair con Serena Castagnola y la constante confianza de Maria Dias de Lonely Planet Magazine.
A pesar de todo, sigue costando mucho el tener suficientes ingresos. Está claro que la recompensa de este trabajo no es el dinero. Son las innumerables veces en que uno se encuentra en algún paraíso natural, o comiendo en compañía de algún personaje excepcional. Es entonces cuando uno se dice a si mismo que está en el camino correcto y que todas las penurias valen la pena. Que esta es una buena forma de aprovechar la vida para, como dijo Thoreau, no llegar al día de la muerte de uno para descubrir que no ha vivido.

El último hielero del Chimborazo
Ya han pasado cuatro años y me concedo a mi mismo la licenciatura en viajes. Creo que ahora voy a por el doctorado. Cuatro años más. ¿Qué aventuras me deparan?
Claro está que al final de todo están las personas que luego compran las revistas. Muchísimas gracias a todos ustedes mis queridos lectores.

No podía faltar en este brevísimo resumen mi querido cerro Fitz Roy, al que espero regresar pronto